Entre las experiencias maravillosas de la vida, se encuentra el poder decir «Si» a las cosas, a la vida misma y a todas sus experiencias, como parte del camino.
Fluir, ser flexibles, aceptar, agradecer, perdonar y danzar con lo que nos sucede, con la finalidad de vivir la vida de una manera constructiva y armónica, debería ser nuestro objetivo primordial.
«Si» significa cooperación, amor y apoyo. Lastimosamente, el «Sí» está muy banalizado; lo que debería ser la manifestación de un consentimiento consciente y sincero, se convierte muchísimas veces en la expresión de todo lo contrario: una muestra de nuestra debilidad, impotencia o una manifestación de nuestras inseguridades.
Hay situaciones que no deberíamos aceptar en ningún caso y sin embargo decimos que «Si». Permisos que no deberíamos conceder a nuestros hijos, por mucho que insistan; momentos en que deberíamos dejar de trabajar, porque nos esperan en casa; acuerdos a los que debemos negarnos, si de antemano sabemos que no se cumpliran, y en cambio, cuando nos hacen la petición, en especial si insisten, decimos que «Sí». Incluso hay personas que con cierta jactancia expresan «Que no saben decir que no» y se equivocan porque todo «Si», lleva implícito un no.
Con el transcurrir del tiempo las personas van descubriendo que se les ha pasado la vida complaciendo a las demás, pasando por encima de sí mismas y en definitiva diciendo «SÍ» a los demás y «No» a sí mismas. Esta conducta, es automática y se origina fundamentalmente del hecho, de que nos enseñaron desde la infancia a ser buenos, pero no felices, y en consecuencia, buscamos aprobación de las personas de nuestro entorno para sentirnos apreciados.
Así que cada «Si» podría convertirse en una fatídica trampa, ya que responder a las solicitudes de los demás, sin hacer valer realmente lo que sentimos ó deseamos, termina convirtiéndose en una práctica que con toda certeza nos llevará a abandonar nuestro propio camino, hacia una vida plena.
Razones tan variadas como la debilidad para hacer frente a las presiones, el deseo de agradar y ser aceptado o sentirnos imprescindibles sustentan nuestra irresponsabilidad que nos hacen pronunciar «Síes», que se convierten en orificios por donde se nos va la vida, sin darnos cuenta de las alternativas que esa acción descarta.
La vida es equilibrio y ello conlleva la necesidad de negociar. Tampoco debemos irnos a los extremos. Es decir, si decimos que no a todo y a todos, acabaríamos siendo unas personas aisladas y sin calidad de vida.
La sugerencia o recomendación es respetando las rutinas diarias cotidianas, ser consciente de qué es prioritario para nosotros, de manera de que podamos detectar y determinar cuándo expresar un «Si» a los demás, signifique negar algo que nos parezca más importante, o dicho en otras palabras, cuando decirle «Sí» a los demás, signifique decirnos «No» a nosotros mismos.
Esto nos conduce a preguntarnos, ¿nos hemos detenido a pensar y definir qué es lo realmente deseamos, e intentar ajustar nuestra vida a nuestras necesidades más profundas y sentidas?. Este debería ser nuestro primer y más importante «SI», que tenemos darnos. Es la mejor manera de darle sentido real y coherente al resto de nuestros «Si».