Hace poco alguien me comentaba que le costaba creer que yo había padecido alguna vez de ansiedad y depresión y que por lo tanto para mí era muy fácil dar consejos acerca de cómo salir victorioso de estos trastornos del ánimo sin depender de los medicamentos. Su comentario no me hirió porque comprendía el origen de su escepticismo. Sé que cuando nos sentimos presos de cualquier enfermedad, es difícil creer que pueda existir una vía de escape desde nuestra dura realidad hacia un mundo mejor.
Entiendo perfectamente lo que es ser ansioso y estar deprimido; lo viví intensamente durante diez años de mi vida, pero fue a partir del momento en que concienticé que los medicamentos me ayudaban, pero no me estaban sanando, que comencé a buscar el origen de mi ansiedad y decidí enfrentar mis miedos. Fue esa la clave para mi proceso de sanación aunque el camino en algunos momentos ha sido doloroso porque, seamos claros, enfrentar nuestros miedos no es nada fácil, es más cómodo tomarse una pastillita; se requiere de mucho valor y compromiso para no abandonar a mitad de camino. Es este deseo profundo y genuino de sanar y de cambiar el que te sirve de impulso y de guía para buscar y aceptar la ayuda necesaria y hacer en tu vida los cambios que tengas que hacer.
Entonces no importa cuál sea tu grado de ansiedad: moderado o intenso, incluso hasta llegar a crisis de pánico; lo importante es que busques su origen, desde el amor, no desde la culpa, ni desde la rabia porque ese miedo que hoy se traduce en ansiedad, se produjo porque pasaste por situaciones en alguna etapa de tu vida que te resultaron muy traumáticas porque no tenías las herramientas para enfrentarlas. Pero ya no eres la niña o el niño obeso del colegio, ni el malo para los deportes, ni el defensor de tu madre frente a los ataques de tu padre ebrio, tampoco el chico al que uno de sus padres “abandonó”. Sin embargo, estas cosas de la vida, que quizás ahora de adulto te parecen triviales o distantes, e incluso hasta las olvidaste, están condicionando una respuesta de tu mente que no aplica en este momento y por eso cada vez que te enfrentas a una situación que revive de manera inconsciente el peligro que viviste en el pasado, tu cuerpo lo siente, despierta la emoción y aparece la ansiedad aunque el miedo ya no existe porque la amenaza no es real.
Cuando estamos ansiosos son muchas las reacciones que se suceden en nuestro cuerpo, desde una simple sudoración, hasta taquicardias, dolores de cabeza, subidas o bajadas de la presión sanguínea, por hablar de las más comunes. Pero lo cierto es que cualquier síntoma es posible porque nuestro cuerpo en ese momento está secretando una cantidad de sustancias químicas, buscando lidiar con ese miedo que probablemente ya ni exista, pero que está ahí, alojado en nuestro inconsciente.
Esto por supuesto nos inflige dolor, deteriora nuestra salud y nos mantiene en un estado de estrés que no permite que disfrutemos de las cosas simples y hermosas de la vida. Si no tenemos el valor de enfrentar nuestros miedos, comprendiendo qué desata nuestra ansiedad, seguiremos siendo nuestras propias víctimas. Podrás encontrar alivio temporal en los fármacos, pero esta no será una solución definitiva y por lo tanto siempre serás vulnerable a tener una recaída en el preciso momento en que tu mente inconsciente vuelva a interpretar una situación como peligro.
Ten presente que toda circunstancia que llega a nuestra vida es una increíble oportunidad para fortalecer nuestro espíritu y liberarnos de las ataduras a las que nuestro ego nos tiene sometidos, transformándonos en ese ser de luz que todos somos.
“Todo se muestra cuando queda expuesto a la luz, y lo que queda expuesto a la luz se convierte en luz” – Eckhart Tolle
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