Biodanza es hoy una nueva profesión a través de cuyo ejercicio está entregando a la humanidad de manera profundamente atinada, responsable, y congruente, nuevos patrones de vida para el emerger de la nueva cultura holística.
La profesión de facilitador de Biodanza está avalada por un organismo internacional con sede en Irlanda, regente de todas las Escuelas de Biodanza en el mundo: la International Biocentric Foundation (IBF), que, a través de dichas Escuelas, acredita y certifica la formación de los nuevos profesionales egresados de las mismas, de manera que los títulos otorgados son válidos para la práctica de Biodanza en cualquier parte del mundo, sin tener que ser revalidados.
El objetivo de las Escuelas de Biodanza es ofrecer una formación vivencial, teórica y metodológica idónea para el ejercicio de la profesión de facilitador de Biodanza, al término de la cual el formando estará capacitado y autorizado por la Escuela y por la IBF para conducir grupos de desarrollo humano a través de la Biodanza, en cualquiera de las aéreas de su desempeño profesional y en todos los países del mundo. Pero el mayor beneficio, es la propia experiencia de formarse. Después de un camino de Escuela de tres años, no volvemos a ser los mismos.
Ser facilitador de Biodanza es una profesión de creciente importancia en la sociedad actual. Organizaciones públicas y privadas, centros educativos y grupos particulares que practican y sienten esta novedosa propuesta, la reconocen como un sistema transformacional de ostensibles efectos terapéuticos que inspiran un mejor vivir.
Aprenderla va mucho más allá del quehacer académico tradicional, es mucho más que recibir información y conocimiento. Supone un verdadero proceso evolutivo, de reeducarse afectivamente, de pararse de manera diferente frente a nosotros y frente a la vida.
Según Rolando Toro Araneda, su creador, la formación del Profesor de Biodanza consiste esencialmente en descubrir una misión: transmitir el estado de gracia, mostrar nuevos caminos para ejercer el amor en la cotidianidad y despertar a la conciencia iluminada.
Sin embargo, nos decía Rolando, estar iluminado para sí mismo es un desperdicio. Nuestra luz es para iluminar la luz del otro, para poder ver al otro en su ser esencial.
Según Sergio Cruz, presidente de la IBF, Biodanza es el legado más puro de Rolando Toro a la humanidad y preservarlo requiere de verdaderos “danzarines de la vida”, no de técnicos o teóricos de la vida.
Transmitir el estado de gracia sólo es posible habiéndolo tocado, visto, engullido, decantado y asimilado. En consecuencia, la formación del Facilitador amerita un generoso proceso trienal necesariamente sereno y paciente, con encuentros mensuales de un fin de semana completo para aprender la teoría del Sistema de acuerdo con el Modelo Teórico de Biodanza. Estos encuentros, de profundas vivencias con danza y música, coadyuvan en asimilar, sin trauma academicista, la teoría. Entre una y otra cita mensual, el estudiante presentará un relato teórico vivencial libre, en el que se refleje cómo asimiló conocimiento y sentimiento. Para afianzar la vivencia del fin de semana y el constructo que a través de ella se gesta, es imprescindible asistir a las sesiones semanales de dos horas que se dicten en su localidad.
Gozo, placer, y permanente asombro, acompañan al Estudiante Danzarín de Vida.
El disfrute del tiempo de formación y la devoción reinante por lo que en ella se hace, se traduce al final de la formación en un nostálgico “qué pena que terminó”. Habrán escalado niveles evolutivos en salud de los que no es posible regresar. Auténtica alegría que nace desde dentro, vínculos afectivos tan profundos y auténticos que, independientemente de que los estudiantes tomen rumbos diferentes, permanecerán a lo largo de la vida.
Encontramos la brecha para unir el saber teórico con la inescapable realidad de la vivencia. Los objetivos cognitivos se transforman en los objetivos de la vida como proyecto gozoso, creativo, trascendente y sagrado.