El duelo en el niño tiene un componente muy distinto al del adulto. No llora, no está triste. Él juega, dibuja, pinta, en algunos casos dependiendo la edad, puede manifestar irritabilidad. Lo mejor es llorar con él, acompañarlo, abrazarlo. Compartir el dolor. Hacerle sentir que no está solo.
Una de las cosas más difíciles de la muerte de mi chocolate fue darle la noticia de su deceso a su hermano. Yo, lloraba y lloraba, mientras, Diego me preguntó, “Qué te pasa mamá?”. A lo que le respondí: tu hermanito Andrés se murió. No va a regresar del hospital. “¿Por qué mamá, ya no está enfermo?”. No hijo se fue al cielo a descansar. Ahora es un ángel y vivirá con Dios. El dolor por la pérdida de un ser querido se siente a cualquier edad, también en la infancia. La mayoría de los adultos no sabemos cómo actuar para ayudar a nuestros hijos, y a veces equivocadamente, solemos ocultar lo que sentimos.
Yo no sé si en ese momento me entendió, pero nunca me preparé para darle esa noticia. Yo me veía entrando a la casa con mi hijo en brazos, viendo la sonrisa de mi Súper Diego recibiendo a su hermano. Las pocas veces que fui a casa a verlo, me decía, “Te viniste otra vez sin Andrés. Cuándo lo traes a casa, quiero jugar con él”. Se ponía conmigo a lavarle su ropita a mano. Lo hacía con tanto amor, “mamá te voy a ayudar a lavarle sus gorritos y medias para que se cure rápido y juegue conmigo”. Es una tarea difícil de explicar a un niño que una persona cercana ha fallecido. Pero esa opción de decirle que se fue de viaje, de vacaciones, que está dormido, o simplemente determinar que: “es mejor no decirle nada”, “se lo diremos cuando vaya siendo mayor”, no la comparto.
Nosotros meses después del fallecimiento de Andrés, previa asesoría con la psicóloga tuvimos que trabajar varios aspectos en él. Diego le agarro miedo a los consultorios, a las batas blancas, a las “puyas”, a la oscuridad. Se le explicó que los doctores cuidan y supervisan nuestra salud. No son malos. No le hicieron nada a Andrés. Usan batas porque ese es su uniforme de trabajo, así como él usa uno para ir al colegio. No son puyas, son inyecciones que contienen medicamento para que a las personas se les quite el dolor que sienten en el cuerpo, otras son vacunas que se aplican para estar sano, etc. Un lenguaje sencillo, que pudiera asimilar y entender. Le colocamos figuras fluorescentes en su habitación para que en la oscuridad de la noche brillaran y poco a poco fuera soltando ese temor. También le leíamos cuentos referentes a la luna, las estrellas, a dormir, que pudiera verla como la hora del sueño, del descanso, más no del desasosiego. Diego siempre estuvo consciente de todo. No se le ocultó nada.
No se debe temer porque se noten ciertos cambios en su carácter, como timidez, aislamiento, o euforia, ya que suelen ser más o menos pasajeros y no son demasiado graves. No se debe olvidar que los niños tienen sus propios recursos para luchar contra la tristeza que la pérdida les produce, como su mentalidad de fantasía. La psicóloga nos recomendó que lo pusiéramos a dibujar. Ella supervisaba y “evaluaba” cada uno de los que hacía.
Desde mi experiencia, recomiendo llorar con ellos, compartir el dolor y las lágrimas. Abrazar. Llevarlo a la funeraria. Preguntarle si quiere asistir. Si dice que no, no se obliga. Si dice que sí, debe llevarse. Explicarle cómo es el lugar al que va a ir. Si decide verlo, es su elección. Una cosa es la que siente él y otra la que sientes tú. El niño sufre un impacto porque perdió algo significativo. Perdió algo que le daba sentido a su vida. Lo va a manifestar de una manera que a nosotros nos puede asombrar. En lugar de ponerse triste, buscará jugar.
También se presentan casos en que puede ponerse agresivo, hostil, armar berrinches, no hacer caso en el colegio, es una manera de vivir su proceso. Determinada actitud nos hará pensar que se puso peor. Pero en casos puntuales, su dolor lo expresara a través de la rabia. Esto es en los niños porque en los adolescentes es distinto el proceso.
En el amor no hay separación. Cuando alguien fallece, sólo lo dejamos de ver, no de sentir. Al final el boleto todos los tenemos comprado. El dolor cuando se comparte se convierte en fortaleza. Muchas veces Diego me consiguió en diversos lugares destrozada llorando, y yo me reconfortaba en su pecho y ese abrazo de amor puro aliviaba mi pena. El hecho que no le expresemos al niño lo que sentimos no significa que él no lo sepa. Los fantasmas de la imaginación de los niños son más crueles que la misma realidad. Depende de la edad, lo viven a nivel emocional no racional. En casa tenemos varios retratos, entre ellos hay dos muy especiales, porque está presente mi Chocolate. Nunca nos planteamos la opción de recogerlos.
¿Por qué los niños viven el duelo distinto al adulto?
Por las características propias de la infancia. Esto se debe principalmente al momento evolutivo en el que se encuentra (edad, las capacidades emocionales y cognitivas, el estado de salud, la relación que tenía con la persona fallecida, etc), de las circunstancias externas, de la situación y de la actitud de los adultos que lo rodean. En vez de ocultar y evitar la triste realidad por la que cada miembro de la familia está pasando, es más beneficioso unirse y apoyarlo para enfrentarse a su propio duelo de la forma más natural posible. Permitir que haga todas las preguntas que quiera, contestándole correspondiendo a su edad y madurez.
Diego siempre ha tenido presente a Andrés. Lo recuerda a diario, lo dibuja en sus actividades académicas, en el colegio y a Flavia le habla de él, juega con ambos. Siempre he creído y estoy convencida que entre el Hermano Mayor y El Gran Andrés hay una conexión más allá de la imaginaria. Me despido como siempre lo hago cuando escribo sobre ti hijo: “Dios te bendiga. Te amo. Un beso enorme y un fuerte abrazo que lleguen hasta el cielo”.
Belkis Osorio.