La baja autoestima está relacionada con una distorsión del pensamiento. Las personas con baja autoestima tienen una visión muy deformada de lo que son realmente; al mismo tiempo, estas personas mantienen unas exigencias asombrosamente perfeccionistas, sobre lo que deberían ser o lograr. La autoestima está compuesta por dos ingredientes principales: sentimientos de capacidad y sentimientos de valorización.
¿Qué es lo que causa que tantas personas sufran de tales distorsiones de auto percepción y sentimientos de inferioridad?
Podría pensarse que el problema de la autoimagen desvalorizada se produce solamente en personas que han sufrido severas privaciones en su niñez o que están sometidas a un gran trauma emocional. Esto no parece ser cierto.
El concepto de uno mismo va desarrollándose de manera gradual, cada etapa aporta en mayor o menor grado, experiencias y sentimientos, que darán como resultado una sensación general de valía y capacidad, o de lo contrario. La naturaleza innata de la persona juega un papel importante, pero las experiencias que atraviesa y las personas con quienes se relaciona, influyen de manera determinante.
En la infancia. Durante los primeros años de vida, cuando la personalidad se está formando, algunas experiencias pueden dañar la autoestima. Descubrimos que hay personas que nos aceptan y personas que nos rechazan. A partir de esas experiencias tempranas de aceptación y rechazo de los demás, es cuando comenzamos a generar una idea, sobre lo que valemos o dejamos de valer.
Cuando los padres exigen de los hijos que cumplan ciertas funciones antes de que estén capacitados para ello, los niños pueden llegar a considerarse ineptos. Por otra parte, sobreprotegerlos y no darles la oportunidad de desarrollar sus habilidades puede provocar, que se sientan incompetentes. No es de extrañarse que incluso los padres más dedicados sobrepasen esos estrechos límites y contribuyan inconscientemente a la disminución de la autoestima del niño.
En la adolescencia, una de las fases más críticas en el desarrollo de la autoestima, el joven necesita formarse una identidad definida y conocer a fondo sus posibilidades como individuo; también precisa apoyo social por parte de otros, cuyos valores coincidan con los propios, así como hacerse valioso para avanzar con confianza hacia el futuro. Es la época en la que el joven pasa de la dependencia de los miembros de su familia, a la independencia. A confiar en sus propios recursos. Si durante la infancia ha desarrollado una fuerte autoestima, le será relativamente fácil superar la crisis y alcanzar la madurez.
En la adultez, la persona puede vivir experiencias negativas que afecten su autoestima y que incluso se intensifican en la vejez.
Algunas experiencias capaces de acrecentar las creencias negativas de una persona hacia sí misma:
- Ser víctima de abusos (sexuales, físicos o emocionales) y la pérdida de control asociada a ellos.
- En la infancia, haber sido protegido en exceso, desatendido, o haber sido sujeto de calificativos despectivos.
- Fracasar en el cumplimiento de las expectativas impuestas por los padres.
- Sentirse excluido en la escuela.
- Sufrir discriminación (por discapacidad, apariencia, estatus social o cualquier otra circunstancia).
- Verse empujado por la presión social para seguir determinadas normas.
- Sufrir acoso o bullying.
- Padecer enfermedades que condicionen sus actividades cotidianas o impacten en su calidad de vida.
- Sufrir por la pérdida de personas importantes de su vida.
- Sufrir por exclusión social y soledad.
- Afrontar el desempleo o condiciones laborales precarias.
Al atravesar experiencias dolorosas como éstas, la persona puede ir formándose una opinión negativa sobre su apariencia, su inteligencia o sus capacidades. Buscar siempre la aprobación externa puede resultar un arma de doble filo. La clave es aumentar el valor personal ante uno mismo, pero no delante de nadie.
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