Hay tóxicos mentales que hemos puesto del lado de lo positivo, como es el caso de la idea de competir y compararnos. En ciertas oportunidades me he encontrado con gente que se siente envuelta en lo positivo cuando se compara y compite con otros.
De hecho, hay “entrenadores” de temas del ser humano que apuestan a ganar la competencia, ya sea profesional, económica o… ¡entre sexos! Discutiendo si la naturaleza fue más generosa con los hombres o con las mujeres. Y así, transformándolo en un círculo vicioso. Cuando me he encontrado con personas que están metidas en este remolino les digo: Ya sé que estás triunfando, pero ¿cómo te sientes? Y la pregunta les cambia el rostro.
Estoy seguro que cada persona que nació en este planeta tiene un don y un camino de vida. Todos, sin excepción. La excepción, en todo caso, es con quienes no han hecho el trabajo de descubrirlo. Si todos traemos un camino y un propósito, ¿con quién podríamos compararnos?, ¿con quién realmente podríamos competir? Y, en todo caso, ¿qué podríamos ganar o perder?
La respuesta obvia es posición, dinero, atención o espacios de poder. Pero la realidad es que si alguien siente esto, es porque aún no se enteró claramente quién es y qué anda haciendo por aquí. Y el esfuerzo de hacer este trabajo de revisarnos para darnos cuenta porqué estamos ocupando este espacio físico, sería mucho más poderoso que el de entrenarnos para competir y, eventualmente, creer que hemos ganado o somos mejores que alguien más.
Cuando nos sintamos inferiores o superiores a alguien. Cuando sintamos que nos estamos esforzando para ganarle a otro. Revisemos si estamos en paz. Y quizás queramos tomar una mejor decisión.