La peor forma de competición es la que establecemos con nosotros mismos: queremos ser otros, que imaginamos mejores. Malgastamos nuestro tiempo en perseguir ideales inexistentes y nuestra autoestima se debilita. Comprender que todos aportamos lo que somos al mundo y aprender a compartirlo nos liberará.
Mantener una actitud competitiva comporta efectos dañinos. Los conceptos “competente” y “competitivo” han llegado a ser casi sinónimos, como si para demostrar una determinada competencia hubiera que medirla y compararla.
La conducta competitiva, ya sea dirigida hacia nosotros mismos o hacia los demás, tiene 3 pilares:
1. La identificación y el apego, y se remonta a nuestra infancia. En los primeros años de nuestras vidas el énfasis de nuestros actos está dirigido a conseguir atención, amor y aprobación, y para ello inconscientemente probamos todo tipo de comportamiento, para así poder controlar nuestro entorno. Así crecimos, como niños responsables o rebeldes, o débiles o competitivos. Todo era válido para captar la atención. Asimismo, nos hacemos adultos, en un ambiente social donde la prioridad la tiene nuestra individualidad, pero entendida como una superioridad, comparada con otros.
2. La idealización, querer ser lo que no soy, se asienta en un menosprecio hacia nosotros mismos. Vivimos deseando ser lo que no somos, vivimos en la ilusión de que con otras personas seríamos más felices, que otro trabajo nos haría sentir más optimistas, que otro aspecto físico nos haría tener más éxito. Nos han enseñado que es vital plantearse sueños, objetivos y metas. Cabe preguntarse si podemos ser felices si no se cumplen nuestros ideales. Algunas personas no pueden, en cuyo caso los ideales se convierten en verdaderos obstáculos. Otras si, en cuyo caso los ideales son estimulantes, pero no realmente necesarios. Tenemos que entender que la felicidad no es una circunstancia, es una actitud ante cada acontecimiento de la vida.
3. La dualidad. Se refiere a que percibimos al mundo de manera dual. Yo frente a los demás, el bien frente al mal. Existe un solo mundo. Somos un todo. Todo forma parte de lo mismo, los opuestos se necesitan, porque son complementarios. Debemos dejar de pelear por nuestro lugar en el mundo.
Una actitud competitiva continuada, es absolutamente perjudicial para nuestra autoimagen o autoconcepto, que sufre por los efectos de:
- La pérdida de la autoestima e inseguridad, debido a la comparación constante.
- La ansiedad que se origina en el proceso de consecución de nuestros objetivos.
- La frustración que nos crea lo que consideramos un fracaso.
- La ira, porque en nuestra búsqueda obsesiva por destacar nos convertimos en jueces críticos e implacables de nuestras limitaciones y de una realidad que no aceptamos.
Sugerencias
Sé tu propio referente, lleva tu atención de adentro hacia fuera, cambia el foco. Dedica tiempo al autoconocimiento, a descubrirte. Disfruta del hecho de compartir tus capacidades con los demás, al mismo tiempo que las disfruta. Aprecia tus virtudes, mira lo bueno que hay en ti. Ábrete a las experiencias y relativiza el fracaso.
La más importante de las recomendaciones, “actualiza el concepto que tienes de ti mismo, y eleva tu autoestima”.
Relájate deja de competir, sé feliz, suelta, y libérate de lo que te agobie. Pocas cosas proporcionan mayor bienestar, que el hecho de no tener que demostrar nada a nadie, ni siquiera a nosotros mismos.
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