Un alemán pasea por el Norte Argentino. Ve a un paisano acostado, bajo la sombra de un algarrobo. Desperdigadas, aquí y allá, sus cabras, algunos carneros y sus crías…
-Mira -le dice el alemán- con todas esas cabras, ¡la plata que podrías hacer! Sacando la leche, fabricando queso y vendiendo al por mayor.
-¿Y para qué? —contesta el paisano.
-¡Para acumular capital!
-¿Y para qué quiero acumular capital? —pregunta el paisano.
-¡Con ello compras máquinas y levantas instalaciones industriales!.
-¿Y para qué quiero todo eso?
-¡Hombre, con eso ganarás un dineral y pronto podrás abrir sucursales por todos los pueblos, alrededor!
-¿Y para qué? —sigue el paisano.
Casi sin poder dar crédito a lo que considera un grado inmenso de insensatez de su interlocutor, el alemán se arma de paciencia y lo ilustra: “Pues con una empresa grande, con muchas sucursales, tendrás ingresos de dinero por muchas partes, ¡y así te convertirás en millonario!
-¿Y para qué quiero ser millonario? —se obstina el paisano.
-¡Para descansar! Cuando llegas a ser millonario, ya no tienes que hacer nada. Tendrás muchos que trabajarán para vos, y podrás dedicarte solamente a descansar… ¡A descansar, tranquilo! —se entusiasma el alemán.
Y contesta el paisano: “¿Y qué crees que estoy haciendo ahora?”
Este chiste del humorista argentino, Luis Landriscina, más que un chiste es un planteo filosófico…
Cada tanto, sirve parar la pelota y reflexionar para qué hacemos lo que hacemos, en especial en temas de dinero, cuantas veces nos afanamos en trabajar y nos esforzamos más de la cuenta para ganar más dinero, llegando incluso a sacrificar nuestra salud y comprometer nuestras relaciones interpersonales. A veces, justificamos este comportamiento diciéndonos que lo estamos haciendo por nuestra familia, por nuestros hijos… y quizás nuestros hijos solo necesitan que nos sentemos con ellos un rato a compartir un juego o leer un cuento…