El inicio del año 2016, para mí siguió siendo nefasto, en el mes de febrero murió mi padre. Seguramente su partida fue anticipada provocada por el dolor de la muerte de su nieto, seguro tenía prisa por estar con él y no quiso dejarlo solo.
Exactamente 53 días después de la partida de mi hijo, un miércoles de cenizas, el 10 de febrero, aproximadamente a las 1:00 p.m recibí una de las llamadas que siempre temí. Una voz me notificaba que mi padre había fallecido. Recuerdo que estaba manejando. Por un instante me quedé en shock. Sentí que mi corazón se paralizó unos segundos, luego los latidos retumbaban en mi garganta. Las piernas me temblaban. Mis pies los sentía fríos. Las manos me sudaban y mis ojos se llenaban de lágrimas: “Ay, mi viejo también se había ido”.
Esa tarde acababa de recoger a #SúperDiego en el colegio, después de recibir la noticia, como pude me estacioné. Lloraba, lloraba desconsoladamente, no puede ser, “qué más dolor me vas a traer Dios mío”, era lo que pensaba. De inmediato llamé a mi esposo para notificarle, le decía: “no puedo, no puedo más, me duele el alma. Estoy muy nerviosa y temblando. ¿Qué hago?”. Me dio su palabra de fortaleza, logró “calmarme un poco” para continuar el camino, mientras una vocecita me decía: “Mamá tú si puedes, eres fuerte como Hulk, concéntrate y maneja”, escuchar eso de mi hijo de tres años me hacía llorar más. Lo besé, abracé fuerte y continué conduciendo.
Me duele en el alma no haberle dicho adiós, no haberlo besado y pedido la bendición por última vez. Vivía en otra ciudad y tenía 17 días sin ir a visitarlo. La última vez que nos vimos fue el 24 de enero. Quisiera devolver el tiempo decirle cuanto lo amo. Darle gracias, mil veces gracias por toda su entrega, amor y dedicación. Pero cruzó la puerta y se le cerró la vida.
Mi padre, Don Braulio, siempre tan atento y caballeroso. Un hombre inteligente, trabajador, responsable, y familiar. Ante todo, siempre estábamos nosotras como su prioridad. Además fuerte, de carácter, culto y amante de la lectura. Un libro era el mejor regalo que podía darle. Mi viejo cuanto duele tu partida. Fuiste, eres y seguirás siendo mi Primer Gran Amor. Entre él y yo existió un lenguaje particular. Dejó un vacío enorme en mi corazón. Con la muerte de mi papá comencé un segundo duelo, en menos de dos meses.
Fue totalmente distinto, como me dijo la psicóloga, a diferencia de Andrés él vivió. Tenía 82 años, aunque estaba mayor, el tiempo compartido con los seres que amamos nunca será suficiente. Es cierto, mi padre a diferencia de mi Chocolate disfrutó, conoció, aprendió, exploró. Compartió conmigo muchas etapas. Me vio nacer, crecer, aprender, jugar, graduarme, casarme, conoció a mis hijos. Estaba feliz por cada uno de mis logros y por verme formar una familia.
Con el fallecimiento de mi papá, reviví cada uno de los pasos que tuvimos que hacer con nuestro hijo. Y entre los dos hubo tanta coincidencia, no sólo en trámites sino en episodios. En ambos se usó la misma funeraria. Por cosas del destino le asignaron la misma carroza y el mismo chófer. Tal fue el impacto, que minutos antes de sacar a mi papá de la sala de velación, Efraín, el encargado de la funeraria estrechó la mano con mi esposo y le dijo: “Por aquí estamos a la orden pero espero que la próxima vez que nos toque coincidir sea en una fiesta o tomándonos una cerveza. Dos partidas en menos de dos meses no es fácil”.
A pesar de que llevaba un mes asistiendo a terapias con la psicóloga, con el fallecimiento de mi papá todo se derrumbó. El avance que había tenido se convirtió en retroceso. Las horas de desvelo volvieron, comencé a depender de pastillas para dormir durante una semana, nuevamente un desorden emocional y alimenticio. Con esta pérdida volví a vivir mi duelo con mucho llanto.
Mi “Lali”, como le decía desde mi infancia, seguirá vivo en mi corazón. Ya no está presente físicamente pero me basta con cerrar mis ojos y buscar su recuerdo. Siempre estuvo ahí, desde mi niñez hasta mi adultez. Era con él con quien hacía mis tareas, era él quien me hablaba de temas como: el desarrollo, las drogas, la maldad, sexualidad, múltiples cosas. Mi padre al igual que mi hijo camina a mi lado. Me cuidan y protegen a diario.
Estoy convencida y tengo fe que nos volveremos a ver otra vez. Cuando ya me tenga que ir de este plano; lo encontraré con mi “Chocolate” entre sus brazos. Me amó como nunca nadie lo ha hecho, y yo a él. Verlos partir no fue fácil y aunque cuesta decirlo estoy segura que ambos allá arriba están mejor. Los recuerdos de los dos los guardo en mi corazón como un gran tesoro. Los extraño todos los días de mi vida. Dios los bendiga. Los amo.
Belkis Osorio.