Migrar, una situación desconocida y atemorizante para muchos, una aventura para otros.
Sin importar el cristal a través del cual decidas contemplar esta experiencia, no cabe duda que es todo un reto que amerita mucha inteligencia emocional… ¡y si es en pareja, mucho más! En mi caso particular, el segundo más grande al cual me he enfrentado después de mi tránsito por la depresión.
Cuando hablamos de emigrar en pareja, conviene entender que para uno de sus integrantes puede resultar más sencillo que para el otro. Todo depende de cuán tolerante sea la persona al cambio y de sus habilidades para manejar la presión que este puede generar.
Semejante decisión y compromiso requiere que ambos integrantes de la pareja trabajen como equipo y remen en el mismo sentido, de lo contrario la barca podría encontrarse a la deriva o lo que es peor, ni siquiera podría zarpar. En ocasiones uno de los dos puede necesitar una ayudita adicional o quizás un poco más de tiempo para asimilar la idea. Esto requerirá de parte del otro la mayor comprensión y contención posible, tratando de ponerse en sus zapatos para entender desde allí que quizás la persona, si bien no se ha negado al cambio, tiene miedo. Este miedo hace que su mente se vuelva rígida y poco flexible ante el cambio, quizás hasta la paralice, lo cual no es más que su temor por no saber cómo enfrentar esta nueva situación. Un miedo totalmente comprensible, pero que a veces ni siquiera la misma persona es capaz de identificarlo. Solo sabe que su estómago se arruga cada vez que piensa en la idea de dejar su país.
Tomar la decisión de salir de nuestro país puede incluso, llegar a convertirse en una pequeña crisis matrimonial. No obstante, como en todo desafío, siempre podemos encontrar una oportunidad de crecimiento si nos permitimos reconocer, respetar y manejar las emociones suscitadas por la crisis, tanto las de los demás como las nuestras.
Por lo tanto, en una situación como esta lo peor que podemos hacer es asumir una actitud egoísta o de crítica. Comentarios como: “Yo sí pienso en la familia y tú no” o “Yo sí estoy dispuesto(a) a sacrificarme y tú no”, no ayudan, sino todo lo contrario. Es más sano y más enriquecedor mostrar compasión y respeto hacia los sentimientos del otro entendiendo que no somos iguales, ni tenemos por qué serlo, brindarle un abrazo cálido y preguntarle: “¿Cómo te puedo ayudar?” o “¿Qué podemos hacer para que te sientas más tranquilo(a) con esta situación?”.
Otro aprendizaje importante que rescato de mi propia experiencia es el hecho de aprovechar las fortalezas y habilidades de cada uno, en lugar de forzar para que el otro haga lo que sabemos que no es de su agrado. Esto no solo será muy frustrante para la otra persona, sino que además puede retrasar la consecución de los planes, en detrimento de la motivación de ambos. Así que en vez de nadar contra la corriente, es más sano partir del respeto y la consideración del uno por el otro y dividirse las tareas. De esta forma, cada quien se dedica a lo que mejor sabe hacer o en lo que se siente más a gusto, por supuesto, siempre contando con el apoyo del otro en el momento en que se necesite.
Dejar nuestro país de por sí es un paso difícil de dar y hacerlo en pareja lo hace aún más ambicioso, porque cada uno tiene su propios temores y formas diferentes de abordar la incertidumbre y el cambio que involucra una decisión de este tipo. Por eso es importante mantener abierta la comunicación. Contarle al otro sobre nuestros miedos, decirle qué nos preocupa y por supuesto también saber escuchar. Este proceso de catarsis no solamente resultará liberador, sino que además a partir de este pueden, entre ambos, construir un plan o al menos un borrador de posibles acciones a tomar o planes de contingencia ante los diferentes escenarios que se pudiesen presentar. Esto les dará más tranquilidad.
Emigrar puede ser un gran reto, pero también una aventura excitante donde hay mucho por aprender, conocer y experimentar. La clave está en mantenerse juntos trabajando por un mismo objetivo; si las cosas no están saliendo como esperaban, no buscar culpables sino asumir las responsabilidades de sus actos, disfrutar y cuando sientan que las cosas se salen de control: hablar, compartir, mantener el respeto el uno por el otro, pero sobre todo, mantenerse unidos.