Nos gusta salir bellos, enmarcados en una vida aparentemente feliz, conseguir el aplauso de la mayoría y coleccionar amigos virtuales. Las situaciones escogidas para inmortalizarnos son siempre alegres, glamorosas o adrenalíticas. Poca gente se hace un selfie haciendo la cama o fregando los platos.
Nos gusta mostrarnos dichosos y excepcionales y proceder a la recolección de la aprobación social que nos demostrará si hemos logrado o no nuestro objetivo. No vale únicamente un clic. Ni siquiera se valora el comentario sincero de alguien que nos aprecia. Se anhela la cantidad: una legión de desconocidos que aplaudan esas fotos, acaso un poco payasas, con el taimado propósito de que nosotros hagamos lo propio con las suyas. Las redes sociales han dinamitado la modestia (falsa o verdadera) como virtud. Y en ese proceso, en muchas ocasiones, la autoestima se resiente.
Más selfies, menos sexo
Hacerse un selfie es un arte. Narcisista pero que requiere de talento y, sobre todo, de esfuerzo. Un estudio demostró que los jóvenes entre 16 y 25 años dedican de media 16 minutos a hacerlo y que para culminar su gesta precisan de siete intentos. Pero el problema, tal vez, sea el poco beneficio que ese esfuerzo acostumbra a tener en la vida real.
La Universidad Van Wageningen (Holanda) reveló que las personas que más selfies publicaban poseían una autoestima más baja que los que no acostumbraban a bombardear la red con imágenes de “yo, mí, me, conmigo”. La inseguridad y el miedo al abandono eran el pan nuestro de los ‘selfilovers’. Pero aún había más. Su vida sexual es anecdótica. El 83% de los que ponen incitantes morritos o muestran provocativas partes de su anatomía apenas tienen sexo, según el estudio de la universidad holandesa.
La brecha entre ser y parecer
El empleo de las redes sociales para compartir opiniones, experiencias e, incluso, para definirse a uno mismo no tiene nada de malo. El peligro del que advierten los psicólogos es que estas sirvan para crear una imagen alejada de la real, en la que enmascarar inseguridades o superarlas buscando las palmaditas de la manada. Todos buscamos aprobación social, ya sea en las redes o fuera de ellas, y todos intentamos mostrar a los demás nuestra mejor versión. Esto es humano y no tiene nada de patológico.
Sin embargo, cuando la diferencia entre quiénes somos y quiénes mostramos es abismal y adictiva, es cuando aparecen los problemas.
La trampa de la envidia
Una de las paradojas de las redes sociales es el doble camino que recorre la envidia. Por una parte, queremos mostrarnos envidiables, causar ese sentimiento de admiración que cuestiona la vida de los demás. Y por mucho que sepamos que no siempre es así, que no vivimos las 24 horas en una dolce vita, estamos convencidos de que los otros sí. Por alguna curiosa razón, no sospechamos que están haciendo exactamente lo mismo que nosotros.
Una equilibrada vida virtual
Pese a todo lo expuesto anteriormente, las redes sociales no resultan demoniacas y no hace falta convertirse en un ermitaño virtual para conservar la cordura intacta. Como en la mayoría de las situaciones de la vida, todo es bueno en su justa medida.
Si deseas leer la noticia completa: