Adicción: enfermedad física y psicoemocional, según la Organización Mundial de la Salud. En el sentido tradicional es una dependencia hacia una sustancia, actividad o relación (codependencia). Está representada por los deseos que consumen los pensamientos y comportamientos (síndrome de abstinencia) del adicto, y éstos actúan en aquellas actividades diseñadas para conseguir la sensación o efecto deseado y/o para comprometerse en la actividad deseada (comportamientos adictivos). A diferencia de los simples hábitos o influencias consumistas, las adicciones son “dependencias” que traen consigo graves consecuencias en la vida real que deterioran, afectan negativamente, y destruyen relaciones, salud (física y mental), además de la capacidad de funcionar de manera efectiva. En la actualidad se acepta como adicción, cualquier actividad que el individuo no sea capaz de controlar, que lo lleve a conductas compulsivas y perjudique su calidad de vida.
Es curioso comprobar cómo algunas de nuestras relaciones son felices y armoniosas, y en cambio lo conflictivas y tensas que son otras. Es interesante observar cómo algunas personas suelen conseguir relaciones cálidas y afectuosas, mientras que otras sólo pueden mantener relaciones distantes y superficiales. Por qué será, que hay gente a nuestro alrededor que saca lo mejor de nosotros mismos, y otras consiguen lo contrario… Para conseguir relaciones “fáciles” y cercanas, que nos aporten sentimientos positivos, sacando lo mejor de nosotros mismos y ayudando a los demás que hagan lo mismo, es necesario desintoxicarnos de una tremenda adicción, la adicción al drama.
“Con lo que yo he hecho por ti” “Cómo puedes tratarme así” “Yo no me merezco esto” “De esto se va a acordar toda su vida” “Ésta me está amargando la vida” “Jamás me hubiera esperado esto de ti” “Me siento tan decepcionado contigo” “Ésta me la vas a pagar” “Soy tan buena, que todo lo hago por los demás” “Esto no va a quedarse así” “No me comprendes” “Con todo lo que hago yo por ti, y tú sólo piensas en ti mismo”…
Stephen Karpman explica esta adicción a través del triángulo dramático. En cada uno de los vértices del triángulo de Karpman se encuentra un estado del yo, que corresponde a los roles que podemos llegar a representar si nos vemos arrastrados a entrar en esta dinámica: Perseguidor, Salvador y Víctima. Éstas son posturas dinámicas, se pasa fácilmente de la una a la otra, y generalmente suelen desembocar en agresión. Una vez dentro del triángulo, desaparecen los “adultos”: deja de existir toda relación madura que provenga de un sentimiento de sinceridad, valentía, confianza y/o respeto mutuo. Todos los participantes se dedican a formar parte de unos juegos aprendidos durante la niñez, normalmente de manera inconsciente.
Karpman nos da algunas pistas para no caer irremediablemente en el triángulo dramático, y arrastrar a los que nos rodean a esta dinámica totalmente insana, desde cualquier punto de vista:
- No salvar o rescatar a personas que puedan valerse por sí mismas. Hacerlo, implica que estamos librando de sus responsabilidades a estas personas, pero a la vez impedimos que tomen sus propias decisiones y dificultamos que encuentren su camino. Por alguna razón, es posible que en algún momento de nuestra vida asumamos que nuestra obligación o deber es cuidar de los demás, y pensemos que esa manera de actuar nos ennoblece y nos confiere nuestro valor más intrínseco como personas. Es por eso que podemos malgastar nuestra vida rescatando a las personas que nos rodean. Lo más paradójico es que una persona equilibrada y emocionalmente estable no aceptará que nadie la rescate, entre otras razones, porque ella misma es perfectamente capaz de identificar y resolver sus problemas.
- No ejercer de víctima, a menos que no puedas valerte de ti mismo y necesites la ayuda de los demás. Asumiendo el rol de Víctima, lo más probable es que acabemos desarrollando sentimientos de ira y frustración, por el hecho de sentirnos degradados como personas y ser objetivo de la caridad de nuestro Salvador. La víctima se auto compadece de su suerte y sufre porque sufre. La Víctima, de una manera u otra, acaba persiguiendo, porque se cree en el derecho de vengarse por todo lo que le ocurre. También es frecuente que busque un Salvador, para que persiga y vengue en su nombre.
- No perseguir. Los sentimientos de ira y frustración que experimentamos desde el rol de Víctima o de Rescatador nos llevan a enfadarnos con el otro y a asumir el rol del Perseguidor. Perseguimos cuando juzgamos y criticamos a los demás, cuando predicamos lo que deberían hacer y cuando les castigamos. Cuando perseguimos lo hacemos desde la superioridad, desde el sentimiento de que las demás personas están en un plano inferior.
Hay que tener presente que no es un esquema fijo, se van cambiando los roles, la víctima pasa a ser perseguidor, el perseguidor a ser salvador y el último a ser la víctima. Saber entender la naturaleza del triángulo dramático y afrontarlo correcta y consecuentemente es una garantía para resolver situaciones conflictivas y estresantes en las relaciones, y poder encauzarlas de forma madura, sana y sincera; a pesar que todos tengamos alguna sutil tendencia a encararnos hacia un vértice u otro… ¿En cuál te sitúas tú?
Independientemente de nuestra “sutil” tendencia hacia uno u otro vértice, ante cualquier problema que nos pueda surgir, tenemos la opción de afrontarlo dramáticamente, o de buscar interpretaciones positivas, constructivas y reparadoras, que sean respetuosas con las personas que nos rodean y que nos ayuden a transformarnos. Espero que tod@s pongamos en práctica esta última opción.