“Somos menos libres de lo que creemos, pero tenemos la posibilidad de conquistar nuestra libertad y de salir del destino repetitivo de nuestra historia si comprendemos los complejos vínculos que se han tejido en nuestra familia” afirma Anne Schützenberger en su libro Ay mis abuelos, y desde mi experiencia con la Metagenealogía y el Transgeneracional, pienso que está en lo cierto.
La acción de los ancestros en nuestras vidas es hoy comprobable por la Biología, a través de la genética hereditaria, pero también a través de estudios que van más allá de lo físico, para adentrarse en el plano mental, en relación a los programas de pensamiento y patrones de conducta de los individuos que forman parte de un clan familiar y cómo influyen estos en las generaciones posteriores.
Historias que se repiten inconscientemente hasta que alguien toma consciencia, dramas y secretos guardados en la sombra del árbol que luego se manifiestan en comportamientos o síntomas físicos; duelos inconclusos y reparaciones de conflictos pertenecientes a los anteriores a través de situaciones similares u opuestas. “En ocasiones estamos poseídos por nuestras familias” diría Alejandro Jodorowsky.
Si nos damos cuenta que como personas e integrantes de un sistema familiar, somos el proyecto de nuestros padres, abuelos y bisabuelos, que somos y fuimos pensados, como un fruto de ese árbol, comprendemos que de ellos hemos absorbido, copiado, recibido y adoptado creencias y condiciones emocionales, desde el momento de la concepción en el útero materno, y que muchas de nuestras decisiones y elecciones están basadas en lo aprendimos del linaje familiar. Que inconscientemente respondemos a sus expectativas, a sus normas y códigos, a fidelidades invisibles en los lazos, a ciertas afinidades con algunos de los miembros; porque desde niños queremos ser aceptados y queridos. No olvidemos que además somos herederos de culturas antiguas donde uno de los castigos más duros que podía recibir un ser humano era el destierro.
Al encontrarnos en la adultez, es común plantearnos quiénes somos, qué queremos… y qué es lo que realmente queremos. Y quizá descubrimos de lo hecho y lo heredado que hay cosas que no coinciden con la manera de vivir que elegimos y deseamos. Observemos que al momento de expresarnos en un individuo físico, encarnamos en una familia, y nos sumergimos en ese inconsciente familiar, que se alimenta de las ideas, historias, emociones, decisiones, elecciones, aciertos, errores, triunfos y decepciones, de todos los antepasados. Que este inconsciente familiar se mantiene vivo en nosotros e interactúa en la salud, el trabajo, el dinero, las relaciones, los gustos, las ideologías, etc. La parte en el todo, y el todo en la parte.
Desde mi visión, estudiar el linaje familiar es un proceso en el que vale estar dispuesto a preguntar, sentarse a escuchar y a leer lo que hay detrás de las palabras. A tomar consciencia del lugar que ocupamos, a perdonar y aceptar que los ancestros hicieron lo mejor que pudieron, despidiéndonos con agradecimiento de lo que no queremos. La sanación se basa en integrar la historia ya escrita, para entonces escribir libres una nueva, esa de la que somos los únicos responsables, la nuestra.