Muchos maestros, muchos libros, muchos seminarios. Pero el mayor aprendizaje, el que impactará nuestra vida para modificar desde la forma de pensar hasta la manera en que actuamos, sólo puede ocurrir en la experiencia.
Sí, la mejor lección es aquella que nace de un “darme cuenta”. En el mismo momento es que estamos viviéndola. Esta es la labor de quienes hemos tomado el compromiso de guiar a otros. Primero, darnos cuenta nosotros. Tener nuestras propias experiencias, nuestros errores y modificaciones y luego ofrecer al otro la información necesaria y la confianza de saber que pueden lograrlo. Confiar en ellos. ¡Y soltarlos a experimentar!
Siento que hemos intelectualizado demasiado el camino espiritual. Lo hemos llenado de nombres, de técnicas, de filosofías, de niveles, de estudios, de viajes y de gurús. Pienso que demasiado. Porque el haberlo hecho no garantiza que podamos ofrecer más amor ni estar en paz. Ellos nos enseñaron cómo.
Pero luego llega el momento de usar ese conocimiento para despertar nuestra sabiduría. Y para lograrlo, debemos experimentar. Elegir, actuar, equivocarnos, volver a elegir, acertar. Y así, aprender lo que nuestra alma llevará por siempre, aunque nuestra mente no lo tenga presente.
Por eso, cuando alguien me pregunta con desesperación el ¿Cómo?, le digo “Hazlo como te salga y te enterarás”.
Nada más iluminador como un momento de “darse cuenta”.