Llorando de rodillas a los pies de Lucía estaba él.
– ¡Por favor, no te vayas!
– ¡Perdóname!
Lucía lo miraba sin corresponder el abrazo de Joel con desprecio. – ¡Suéltame!, Siempre lo supe.
Joel y Lucía se habían conocido en la universidad, habían sido amigos mucho tiempo hasta que un día Joel decidió que era tiempo de acelerar el paso y perfilar sus verdaderas intenciones: enamorar a Lucía.
Lucía era una mujer algo reservada para los temas del amor. Tenía muchos amigos con quien salir a tomar la copa, pero ninguno de ellos había tenido la “suerte” de pasar la prueba así que para Joel representó un gran reto que ella se convirtiera en su novia.
Sobra decir que Joel estaba muy enamorado de Lucía, y después de un tiempo de ser novios le pidió que se mudaran a vivir juntos.
Sin embargo, ella tenía que arreglar cosas personales y no era posible hacerlo en ese momento, tal vez más adelante.
“Más adelante” llegó, y ahora Lucía tenía una oportunidad de trabajo fuera de la ciudad; Joel se había colocado en una buena empresa y rápidamente se desarrollaba en su nuevo trabajo, los planes de vivir juntos debieron posponerse.
Joel empezó a hacer planes a futuro. Llevó a Lucía a elegir una linda casa donde podrían vivir después de reunir cierta cantidad para amueblarla. Ampliaron la cocina, el jardín necesitaba decoraciones, arreglos. El estacionamiento quedaba muy pequeño, después el auto no era suficiente.
Empezaron a pasar ahí dos o tres días hasta que eventualmente pasaron una semana y después adecuaron sus vidas y finalmente la cercanía del trabajo de ella (en su nuevo puesto) y el buen salario de Joel fue conveniente para vivir juntos.
¿Hijos? No, no.
¡Mejor un viaje a Europa!
Cuando vengan los hijos, no tendremos tiempo, mejor ahora.
¿Boda? No, por ahora no. Tal vez después, ya que acabemos de construir la casa de descanso que nos gustó recién.
Lucía empezaba a sentirse fastidiada por Joel. -¿Por qué tu necesidad de acelerar todo?
Si no nos damos tiempo ahora, nos haremos viejos y quién sabe si tú vayas a estar conmigo. En unos años se te van a ir los ojos por una (mujer) más joven que yo. Una que no tenga el cuerpo dañado por el embarazo y que no ande cargando con tus críos. Una que nada más estire la mano y tú le des todo.
¿Qué tal si algo no funciona?, ¡Arrastraremos a nuestros hijos a nuestro dolor! –
Estos eran los argumentos de Lucía, cuando había planes de Joel para “formar familia”. Una y otra vez, él intentaba convencerla de que nada de eso iba a pasar. Y después de una discusión venían los regalos de Joel a Lucía, después de un tiempo sin mencionar el tema hasta que se repetía el ciclo.
Refugiado en el trabajo, Joel comenzó a extender sus jornadas laborales. Primero unos días después se convirtió en rutina.
Las ausencias tenían nombre y apellido. Cuando Lucía lo descubrió no dudó en contratar un abogado para dejarlo en la calle.
-Tienes que irte de aquí, sé que tienes una amante. Siempre supe que esto pasaría. Qué bueno que nunca me arriesgué a casarme contigo. Todos los hombres son iguales.
Joel se derrumbó…de rodillas le pedía perdón; no había nada más que hacer. Años atrás, ya estaba decidido que así sería.
Lucía había crecido en una familia dividida.
Como hija mayor, había escuchado llorar a su madre por las noches. Papá no llegaba a casa algunas veces aunque no estaba permitido hablar de ello, más tarde ella inferiría que otras mujeres eran la razón de sus ausencias.
Los dos modelos más importantes de su vida, le producían tal dolor que no se arriesgaría a vivirlo.
Amar tanto no es bueno, nubla la visión.
Los hombres son infieles. Todos son iguales.
Si mi madre no se fue, debió ser por no tener trabajo, dinero.
Los hijos, sufren por culpa de sus padres.
Y así, Lucía se hizo cargo de hacer realidad sus miedos. De tener “razón” inconscientemente. Joel insistió en hacer planes con ella, pero en ella nunca estuvo la posibilidad de hacer planes.
Reclamaba a Joel lo que pasaría sin que siquiera hubiera pasado.
Joel se cansó de defenderse de aquello que era acusado hasta que decidió que era más fácil que ella tuviera razón.
La palabra tiene un poder que devaluamos al grado de hablar sólo porque tenemos boca. La palabra genera pensamiento, el pensamiento se convierte en nuestra realidad.
Esa es la “magia” de las palabras.
¿Cuál es tu reflexión?