Mantener una imagen, duele. Este pensamiento me surgió espontáneamente mirando las revistas que estaban a mí alrededor en una sala de espera. Los títulos, si bien mostraban personas sonrientes, mostraban sus caóticas vidas. ¿Por qué estaban sumidas en ese caos? Deduje que, en general, porque estaban cumpliendo con sostener una imagen. Y mantenerla produce el dolor de intentar reemplazarnos por otro que no somos nosotros.
Mantener una imagen que no somos, duele. Tanto como duele calzar un zapato de dos números menos o como es incómodo llevar un pantalón de dos tallas más grandes. Molesta porque estamos haciendo un esfuerzo. Y ese esfuerzo nos lleva al dolor.
- Cuando tratamos de complacer las expectativas de otros, duele.
- Cuando queremos defender sin concesiones una opinión, duele.
- Cuando hacemos lo que tenemos que hacer y no lo que sentimos hacer, duele.
- Cuando dedicamos nuestra energía a complacer a los demás sin prestar atención a nuestras necesidades –quizás por el miedo a ser malos-, duele.
El dolor nos avisa que estamos dejando de ser nosotros. Que nos estamos peleando con lo que somos o con lo que hacemos. Que estamos declarándonos la guerra, luchando por matar nuestra autenticidad, la que necesita nuestro espíritu para manifestarse.
Hacernos amigos de nosotros mismos es fundamental para hacer que el mundo sea amigable con nosotros.
Entonces, cuando sintamos dolor –en forma de tristeza, angustia, ansiedad, soledad o rabia, como sea-, preguntémonos si estamos permitiendo que nuestro Ser se manifieste –haciendo lo que sentimos, fluyendo, aceptando, entregándonos- , o estamos alimentando la imagen de algún personaje que no somos nosotros. Como los que estaban en las tapas de las revistas de aquella sala de espera.
Si hay dolor, es que estamos manteniendo una imagen.