Cada persona que acude a terapia, trae consigo esta interrogante: ¿Qué hago con mi vida? ¿Qué elijo ante determinado dilema? ¿Qué puedo hacer conmigo?
El psicoterapeuta sabe que todas las respuestas la parirá quien elabora la pregunta, pero hasta que no tome conciencia de cómo está viviendo, evitando o interrumpiéndose, no podrá avanzar. Cuando el paciente entra a consulta, aunque no lo aclare, espera del psicoterapeuta una guía, información e incluso consejos.
Confía en su psicoterapeuta más que en él y quiere «salidas rápidas» o «fórmulas sencillas» para encarar su vida. Pero para que la existencia sea plena, es necesario conocerse. Y eso va más allá del uso de «herramientas» a las que suelen aludir libros de «recetas», bien intencionados, pero muchas veces inefectivos. Las transformaciones humanas no se producen por decretos, deseos o un patrón de pasos a seguir por todos y por igual. Somos seres sensibles dotados de complejidad. Los cambios se dan cuando el organismo está listo. Y cada ritmo es único. Cada proceso es absolutamente individual.
Afrontar ese desconcertante « ¿qué hago con mi vida?», encarar el rumbo hacia el descubrimiento de múltiples respuestas (sin atajos), puede ser una experiencia enriquecedora, aunque forzosamente confrontadora.
¿Cómo es que no sé qué hacer con mi vida? Si es mía, si me pertenece, si soy yo quien la ha construido, alterado, sustentado. Pues sí, muchas veces pasa. Hay períodos en donde se pierde el norte. Entonces, es necesario detenerse para conocer y depurar los aspectos internos que están entorpeciendo la calidad de nuestras relaciones, primero con nosotros mismos, y, en consecuencia, con el mundo. Ocurre que de tanto esperar que el universo o el azar, se encarguen de una vida que nosotros mismos hemos desatendido, terminamos olvidando el camino. Y nos perdemos.
Pero no importa. Fíjese que en esta pregunta que usted se hace, más a menudo de lo que desearía, está contenida la respuesta. Es una conclusión general claro, pero muestra la punta de la madeja que solamente usted puede desenredar.
« ¿Qué hago con mi vida?», es una interrogante que devela interés, supone una necesidad y expresa fragilidad.
Puede convertirse también en una exclamación:
« ¡Qué hago con mi vida!» Lo confronta, lo exhorta a cambiar.
Y si la convierte en una afirmación, «Yo hago con mi vida», sabrá que es usted el que la forja, que su vida es suya y que nadie, ni el psicoterapeuta, puede hacer «pipí» por usted.
Necesitará tiempo para sumergirse en las profundidades de su mente confundida y su alma rota. Necesitará prepararse para asumir las responsabilidades de los cambios que impone el crecimiento. Y necesitará descubrir su propio camino.
Pero créame, lo que en un principio empieza siendo una tarea vital: ir a psicoterapia para «salir del foso», con el tiempo se transforma en una actividad que se hace por placer y fascinación.
Porque la psicoterapia, es un encuentro entre dos seres que saben, al menos intuyen, que el crecimiento es de ida y vuelta.