El día que me separé fue un día difícil. Por un lado, sentía el dolor del fracaso, de una familia rota, de un amor truncado. Por el otro, sentía alivio porque finalizaba una época que realmente me estaba lastimando. Y si bien en ese momento uno siente que es de un día para el otro, la realidad es que la relación viene muriendo desde mucho tiempo antes de finalizar.
Pero más allá de eso, se sumaría ahora el hecho de ser madre soltera, teniendo sólo 21 años, y estar desempleada con un bebé de casi 3 años. El padre se iría lejos, a continuar sus estudios, a 1700 km de nosotros. Él también era joven, inmaduro, y se marchó a perseguir su carrera y sus estudios. Y yo quedé aquí, con una relación enfermiza en mi historia de vida, un niño maravilloso al que cuidar, y mil cosas que cambiar para salir adelante. No fue fácil.
Si tuviera que contarles los pormenores de todo lo que pasó entre que me separé del padre de mi primer hijo, hasta que me casé con mi marido, no me lo creerían. Fueron tan sólo tres o cuatro años separada, pero ocurrieron tantas cosas que para mí, fue toda una vida. Por suerte, siempre tuve la bendición de tener una familia que me contuvo, y eso fue lo único que me salvó de no caer en una vida sin sentido.
Cuando estamos ante el fin de una relación, sea por decisión propia, por decisión del otro o, como en mi caso, decisión mutua, la sensación del colapso de los proyectos de familia es descorazonadora. Y aunque uno sabe que es mejor separarse que seguir adelante lastimándose, igual queda esa sensación de ¿y ahora qué hago? ¿qué hago con todo esos planes que tenía?
Lo peor que puede hacer uno ante esta situación es negarla. Y aunque lleva un tiempo largo hacer el click, es necesario entender, lo más pronto posible, que esta vida tiene que continuar, y que esta es la oportunidad para ser libre, para crecer, para descubrir qué nos gusta, qué queremos, y cómo lo vamos a lograr. Si nunca me hubiera separado, y si nunca hubiera vivido esos primeros dos años de dolor, vulnerabilidad y confusión, jamás hubiera logrado descubrir quien realmente soy.
Esa sensación de seguridad que me da saber que esto que hago realmente me llena de pasión, me da luz, me motiva y me da felicidad. Esa seguridad de finalmente confirmar con la experiencia, que cuando uno descubre lo que lo apasiona y se anima y se arriesga a explotarlo, con trabajo y constancia, se logra un éxito que no tiene límites. ¡No hay techo! Es pasión, libertad y plenitud, todo volcado hacia los propios hijos.
Si estás atravesando por esta etapa, a la que yo en mi propia vida la llamé: Transición, entonces no temas. Tu dolor tiene causas justificadas, una separación de una relación importante es algo doloroso, uno de los peores dolores que se viven en la vida. Sin embargo, date tiempo, tené confianza, porque todo va a mejorar. Sólo tienes que comenzar a focalizar en ti mismo, en tu propio ser, en lo que realmente deseas. Focalízate en ti y rescata tu felicidad.