Todos tenemos nuestro invierno. O, al menos, deberías tenerlo.
Esto fue lo que le dije a una amiga que vive en el Caribe, cuando le contaba cómo me sentía con las heladas temperaturas de Nueva York.
Pero, si bien la conversación comenzó por la estación, de inmediato derivó en un sentido más profundo. El invierno es la época donde los días se hacen más cortos, las noches más largas, y donde el frío nos invita a quedarnos en casa. Es ese el entorno, que nos lleva casi sin opciones a tener un encuentro con nosotros mismos.
Nos distraemos menos en el afuera, para poder en quietud mirarnos a nosotros mismos, por ejemplo, veo claramente cómo las vivencias de los Spiritual Boot Camp de Nueva York, cambian entre el mes de junio y el mes de noviembre.
La analogía de las cuatro estaciones es una manera muy clara de evidenciar los ciclos por los que debemos transitar si queremos sentirnos completos. Es necesario tener un tiempo para mirar adentro, y otro de salir para vivirlo afuera, donde luego podamos reconocer el momento en que debemos soltar, y regresar.
No es necesario que busquemos el frío si vivimos alejados de él, pero reconozco que las bajas temperaturas ayudan a volver a nosotros mismos. La sugerencia es que sin importar el lugar donde vivamos, no evitemos, tener nuestro invierno.
El verano es más fácil porque los seres humanos nos hemos habituado a vivir en el afuera, en las otras personas, en las metas, o en el entretenimiento. Por eso, nos falta un poquito de invierno para compensarlo.
Que nunca terminemos un año sin antes haber pasado nuestro invierno, porque nuestros tiempos personales, también tienen sus cuatro estaciones.