En el desarrollo evolutivo del niño, es normal que en ocasiones se detecten conductas agresivas, desafiantes, de oposición o desobedientes. Las pautas educativas habituales, logran en general, erradicar estos comportamientos.
Sin embargo, en algunos niños, estas actitudes son perseverantes en el tiempo y se incrementa su frecuencia y magnitud a medida que el pequeño crece. Una intervención temprana de sus padres, así como la ayuda de psicólogos infantiles en los casos más graves, pueden ayudar a prevenir que un problema de conducta infantil evolucione hacia trastornos más delicados en la adolescencia.
Los trastornos de la conducta abarcan un patrón de conductas hostil, agresivo o perturbador que dura más de seis meses y que no es apropiado para la edad del niño. Los signos de advertencia pueden incluir:
Violación seria a las reglas:
- Deja de asistir a la escuela cuando le parece.
- Bajo rendimiento escolar.
- Se queda la noche fuera de la casa, aun pese a la objeción de sus padres.
- Se escapa de la casa.
Agresión hacia las personas y los animales o mascotas:
- Hostilidad constante hacia las figuras de autoridad.
- Rabietas y discusiones frecuentes.
- Acosa, intimida o amenaza a los demás.
- Inicia peleas físicas, con frecuencia.
- Utiliza en ocasiones algún instrumento que puede causar daño físico a otros (palos, ladrillos, botellas rotas, cuchillos y hasta armas de fuego).
- Comportamiento físicamente cruel, con algunas personas o animales.
- Es capaz de hurtar o robar objetos.
- Actividad sexual prematura.
Destrucción de la propiedad:
- Daña o destruye pertenencias ajenas.
- Deliberadamente prende fuego con la intención de causar daño.
- Deliberadamente destruye la propiedad de otros.
- Es capaz de forzar la entrada en el edificio, casa o automóvil de otros.
- Miente para obtener cosas, favores o para evitar obligaciones.
Lograr en el niño un comportamiento adecuado, a tiempo: ¿cómo se hace?
- Pasar tiempo de calidad a su lado. Dedicar tiempo y atención.
- Mantener un sano y estrecho vínculo afectivo con el niño; ello, fomenta procederes correctos en él.
- Poner límites. “Establecer límites es concretar qué se espera del niño y qué no». En caso de que estas fronteras se traspasen, hay que adoptar las medidas pertinentes.
- Jugar con ellos. Compartir actividades deportivas y de esparcimiento.
- Demostrarle afecto y además expresarlo con palabras. Que no le quede la menor duda de que es amado, respetado y apoyado por sus representantes.
- Prestar atención a sus actuaciones y ejercer el control sobre ellas cuando sea necesario.
- Cuando se dan instrucciones al niño, es de suma importancia que sean claras y precisas. No es lo mismo decirle pórtate bien, o no te portes mal, que decirle qué es correcto y qué no lo es.
- Coherencia y constancia. Un padre que riñe a su hijo por un determinado comportamiento, debe hacerlo siempre que lo detecte de nuevo. Hay que tener en cuenta, asimismo, que el pequeño observa su entorno y lo imita: no sería correcto desaprobar una conducta que contempla de forma habitual en su familia.
- Consenso y complicidad. Es necesario que todos los miembros de la familia, y de fuera de ella con responsabilidad sobre el niño, apliquen las mismas pautas a la hora de enseñar al pequeño buenos hábitos de conducta. Todos deben permitir, o no, las mismas actuaciones.
Las investigaciones demuestran que los niños o jóvenes con desórdenes de la conducta tendrán graves problemas, si ellos y sus familias, no reciben un tratamiento adecuado a tiempo. Sin el tratamiento, muchos de estos muchachos con desórdenes de la conducta no lograrán adaptarse a las demandas que conlleva el ser adulto y continuarán teniendo problemas en sus relaciones personales, sociales, laborales y de toda índole.