Comparto contigo una de mis experiencias más transformadoras. Se trata de un viaje que hice a mi tierra natal, Bolivia. Partí de allí a los 7 años cuando nos mudamos a Venezuela. Esta fue una tierra que nos acogió de forma tan cálida, que no volví a pensar en lo que dejamos, hasta luego de muchos años. Mi regreso fue a los 45 buscando reencontrar pedazos de mí. Esta historia habla del recorrido para sanar.
Hay pedazos de tu alma que se quedan en el pasado
En nuestra etapa de crecimiento, hay momentos que de alguna manera nos impactaron negativamente bien sea como un pensamiento limitante o como una herida emocional. Luego, en la medida en que crecemos, guardamos esos eventos en nuestro inconsciente. No los recordamos pero siguen impactando nuestra vida porque definieron cómo vemos el mundo. Esto ocurre también con las buenas experiencias que nos dejaron una huella positiva.
En mi caso, no recordaba nada de mi vida en Bolivia. Contaba con las historias de mi familia, pero no había nada dentro de mí como recuerdo. Consciente de todo cuanto había estudiado con respecto a la formación de la personalidad en la infancia, decidí regresar a mi tierra. Fue un viaje para reencontrarme con mis raíces. Sabía que había tenido una niñez llena de dificultades, mucha pobreza económica y también conflictos familiares. Sentía que ir a allá me ayudaría a sanar más profundamente.
Por otra parte, hace muchos años sentía vergüenza por mis orígenes. Las imágenes que pasaban de Bolivia en ese tiempo eran de indios cuando lo que yo buscaba era modernidad y progreso. Me tomó tiempo aceptar mis raíces, ver que la sabiduría de los chamanes puede ser muy valiosa. Entendí que mi amor por la madre tierra y sus habitantes viene de esa sangre indígena que corre por mis venas. Acepté que soy heredera de esa sabiduría. Sin embargo, sentía que algo más faltaba. Y pretendía descubrir qué era en ese viaje.
Sanar tu percepción del pasado
Una cosa son las experiencias del pasado y otra cosa la interpretación que hiciste e incluso que ahora haces de este. En mi caso, tenía la idea de que había tenido una niñez muy triste. Como dije, no tenía recuerdos, pero lo que mi familia decía de nuestras vivencias me hacía suponer que no había sido nada grata.
Siempre he sido una persona muy estructurada, sin embargo, por primera vez no había ningún plan para ese viaje. Sólo quería sentir y que mi corazón me dijera que haría a continuación.
Uno de los días decidí caminar y llegué a una plaza. Estuve rato sentada en un banco. A lo lejos pude ver a unos niños jugando, lo hacían con una caja de jugo que habían vuelto pelota. Sus risas y alegría eran contagiosas. Se veía que eran niños de familias con pocos recursos económicos, pero eso no limitaba su disfrute. Corrían de un lado a otro, gozaban enormemente ese compartir con sus amigos y ese improvisado juego de futbol. De pronto sentí que la mirada de un niño es distinta a la de un adulto. Los niños son sencillos y su disfrute requiere de muy pocas cosas. Así que si bien no logré recordar en ese juego nada, decidí concluir que mi niñez fue feliz.
Nuestro cuerpo recuerda más que nuestra mente
Por el renacimiento (terapia para sanar y cambiar patrones arraigados en el inconsciente) sé que además de los recuerdos de nuestra mente, tenemos memoria celular. Eso significa que en nuestras células se encuentran grabadas experiencias, recuerdos, sensaciones y sentimientos.
Otro de los días en ese viaje, decidí caminar por algunas calles y entré a un pequeño restaurante. Al comenzar a comer la sopa, inmediatamente recordé lo que mami acostumbraba a cocinarnos allá. Por la altura de Bolivia y las costumbres, los ingredientes que se usan allá son muy diferentes a los de Venezuela. Había olvidado esos sabores. Tuve una conexión inmediata con el amor de mi madre. Siempre he sentido que nos amaba, pero esa comida fue la expresión material de su devoción por toda su familia.
Lloraba y comía, mientras recordaba todo el afecto con el que mi mami, en medio de nuestras precarias circunstancias, nos entregaba. Fue un recuerdo que me reafirmó que ella lo hizo de la mejor manera que podía. Otra vez más confirmé lo afortunada que fui al tener la familia que tuve pues en medio de las dificultades hubo lo más importante, amor entre nosotros.
Dios guía todo nuestro viaje
Definitivamente la vida es un recorrido sorprendente, que en mi opinión está dirigida por el acuerdo que nuestra alma hizo con esa Inteligencia Infinita que algunos llamamos Dios. Por esto «coincidencialmente» la semana que estuve de visita en Bolivia, se celebraba una fiesta muy importante para los indígenas que allí habitan. Es su año nuevo y pude asistir a ese ritual.
Pude conectarme con toda la energía sabiduría de tantos ancestros que han habitado esas tierras durante cientos de años. Pude ver el respeto que le tienen a la madre tierra, al sol y a la naturaleza en general. Sin duda nuestro planeta estaría en una mejor situación si siguiéramos algunas de sus enseñanzas. Todo esto me hizo sentirme aún más orgullosa de mis raíces. Fue una hermosa manera de abrazar completamente mis orígenes.
Luego de este viaje me sentí más completa, más orgullosa de mí pasado y más unida a mi familia. Si esta historia llama tu atención, tal vez tú tengas un viaje por hacer.