Recuerdo como si fuera ayer, la primera vez que asistí a una práctica de Yoga, en mi querida Caracas, en el año 2003. Desde ese día, me enamoré de enrollar y desenrollar el tapete, el Yoga me daba ese espacio de calma donde podía encontrarme solo conmigo y que ninguna otra cosa me daba.
Fue pasando el tiempo y yo fui profundizando en mi práctica, avanzando en mis Asanas (posturas físicas), probando estilos, matriculándome en más horarios y así fue como, poquito a poco, con sus altos y bajos, el Yoga comenzó a formar parte importante de mi vida.
De práctica en práctica, fui queriendo conocer qué había detrás de las posturas, qué estilo de vida llevaban mis profes, qué profesaban, cómo vivían el Yoga, cómo podía profundizar en mi práctica y fue entonces cuando mi vida dio un giro de 360 grados: mi mamá fue diagnosticada con un cáncer cervical demasiado avanzado y agresivo que nunca presentó síntomas y que para cuando supimos, ya estaba en etapa 4 y el pronóstico era bastante malo.
Entonces, iniciamos como familia un camino muy duro y cuesta arriba, de muchas malas noticias, que me hubieran derrumbado, de no haber sido por el Yoga. En cada espacio libre que tenía, entre la nube negra que rodea a esta enfermedad, exámenes, resultados, tratamientos…mi esposo e hijos y mi vida en general, desenrollaba mi tapete y refugiaba mis preocupaciones en él. El Yoga siempre me recibía, generoso, compasivo, amoroso, me permitía regresar a mi esencia, re- conectar con mi fuerza interior, ver las cosas desde otra perspectiva, me permitía observar mis emociones, aceptarlas, reconocerlas y así, transitarlas, transformarlas y desde allí, encontrar respuestas, ser más útil como apoyo, crecer, ser feliz en medio de la tristeza más profunda.
Fue entonces cuando decidí, que así como el Yoga me había salvado, yo debía darle en mi vida el lugar que correspondía y comencé mi camino de formarme para enseñar, de formarme para la vida, de formarme para poder compartir mi práctica, lo que me apasiona, lo que me inspira, lo que más me hace feliz!
El Yoga me dio un propósito, uno verdadero. Hoy siento mi vida de una forma diferente, a pesar de la ausencia física de mi mamá, una más simple, más sincera, más congruente con este momento justo de mi existencia. Entiendo que el Universo es perfecto y que la Divinidad que habita en mí, me fortalece. Siento que hago todos los días lo que quiero hacer y agradezco profundamente cada oportunidad, cada espacio y cada persona que se acerca a mí a través del Yoga y que me permite compartir todo lo que aprendí y vivo cada día, el Yoga como mi filosofía de vida.
Ahora, cada vez que recojo mi tapete, pienso que la verdadera práctica, apenas comienza!
Namasté.