Les comparto este valioso artículo con la finalidad de que, como padres o representantes, reflexionemos acerca del papel determinante e impronta que nuestra conducta deja en nuestros niños.
Cuando un bebé llega al mundo la familia se convierte en su primer refugio y su primera escuela emocional, nos convertimos en un referente en el apoyo y acompañamiento emocional.
Tomemos consciencia
Somos un referente en el apoyo y acompañamiento emocional de nuestros niños, quienes se encuentran en pleno proceso de desarrollo cerebral y maduración social.
Nuestros hijos/as nos observan continuamente y ven en nosotros modelos de conductas, entre otras, modelos de referencia de gestión emocional. Aquí reside la enorme importancia de saber que para llevarles de la mano en su desarrollo socio-emocional primero tenemos que ser conscientes y responsables de en qué punto de nuestro propio “desarrollo” nos encontramos.
¿Qué tipo de referentes emocionales somos para nuestros hijos/as?
En otras palabras, sería de gran utilidad tomar consciencia de qué clase de referente somos en ese aspecto. No con la intención de juzgarnos, sino de responsabilizarnos al darnos cuenta de cómo, a través de nuestro ejemplo, dejamos huella y podemos ayudar de manera más o menos directa o eficaz a nuestros hijos/as en su propio crecimiento socio-emocional.
No nos damos cuenta de que el recurso más valioso y efectivo lo tenemos más cerca de lo que pensamos: somos nosotros mismos.
Hoy quiero invitarte a observar el modo en el que gestionas tus propias emociones para que tomes consciencia de cómo influyen tus hábitos emocionales a la hora de ofrecer el tan necesario cobijo y apoyo emocional a tus hijos.
Tips que te ayudan de manera práctica:
1. Fomentemos en casa momentos de escucha plena y empática
Sentirnos verdaderamente escuchados es una de nuestras necesidades más primarias y el mayor regalo que podemos recibir. Cuando somos escuchados sin juicio, sin interrupciones y con presencia, nos sentimos plenos, tenidos en cuenta y valorados. La escucha es el pilar principal en que se sustenta la comunicación efectiva y, por supuesto, las relaciones basadas en la honestidad y la confianza.
2. Hablemos abiertamente de nuestras emociones
Es esencial que desde pequeños aprendan a poner nombre a lo que sienten, que poco a poco vayan ampliando su vocabulario emocional para expresar con palabras lo que están viviendo y lo que necesitan. Este proceso de aprendizaje también es esencial para nosotros, ya que la mayoría de los adultos de nuestra generación no fuimos educados en inteligencia emocional. Por esa razón, si desarrollamos el hábito de hablar en casa abiertamente de nuestras emociones, será un proceso de enriquecimiento mutuo a través del cual nuestro vínculo se verá poco a poco más reforzado y nuestras relaciones familiares serán más honestas y auténticas.
3. Conectemos con nuestro cuerpo
El cuerpo es el lienzo en el que se manifiestan las emociones. Cada emoción lleva asociada una “sintomatología” (sensación física) que nos sirve de “pista” para identificar lo que sentimos y la intensidad con la que lo vivimos. Por eso es tan importante que les ayudemos (y nos ayudemos) a identificar lo que sentimos a través de lo que experimentamos en nuestro cuerpo cuando estamos tristes, enfadados, alegres, cansados, etc.
4. Hagamos de nuestro hogar un espacio en el que todos podamos sentirnos libres, dejando de buscar culpables y enfocándonos en soluciones.
Muchos de nosotros/as hemos sido educados en modelos educativos en los que se nos hacía pagar por nuestros errores. Estos métodos generan en las personas un sentimiento de culpa y vergüenza ante el error que influye directamente en el sano desarrollo de nuestra autoestima. Por esta razón, si quieres ayudar a tus hijos a desarrollarse socio-emocionalmente de forma sana, debemos empezar por evitar la culpa. Para ello, es importante que en casa abordemos los “retos” y “conflictos” sin llegar a buscar o señalar culpables. Sino más bien como un problema que tenemos como equipo (la familia) que somos y que necesitamos abordar buscando conjuntamente una solución en la que todos y todas aportemos.
5. Entendamos y respetemos los ritmos evolutivos de cada niño
Cada edad y etapa evolutiva lleva asociada una serie de características únicas e inevitables. Muchos de estos procesos son precisamente los “causantes” de ciertos comportamientos que como adultos tildamos de inapropiados en los niños. No obstante, en muchas ocasiones estos no son comportamientos malintencionados, sino simplemente conductas normales asociadas a la etapa evolutiva en la que los niños/as se encuentran. Como adultos es fundamental detenernos y comprender en qué momento de desarrollo se encuentra nuestro hijo y tomar perspectiva para saber si lo que muchas veces les “exigimos” a nivel emocional es algo que simplemente no está aún a su alcance a nivel madurativo.
6. Acompañemos serenamente sus momentos y nuestros momentos de destape emocional
Ser amables con ellos y, sin duda, también con nosotros mismos, en aquellos momentos en los que perdemos los nervios, es la clave para un acompañamiento emocional realista y respetuoso en ambas direcciones. Somos seres humanos, y por mucho que nos trabajemos, nuestro cerebro emocional siempre nos acompaña. Es por ello que no debemos olvidar que factores como el estrés, el cansancio, nuestros patrones aprendidos, etc., nos pueden jugar una mala pasada tanto a adultos como a niños. Así que la próxima vez que tú o tu niño “pierda el control de la situación” repítete que como humanos, forma parte de nuestro proceso de aprendizaje emocional, siente amor hacia ti y hacia ellos y, desde ahí, date una nueva oportunidad para volverlo a intentar mañana.
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